La noche de ayer, tuve la bananesca alegría, de estar al lado de las criaturas más bellas y bien mozas de esta junglita, celebrando que el planeta ya le dio 22 vueltas al sol desde el día que ese bello ángel llamado Soledad, me vengo en la vida, lo dejó aquí entre nosotros. Citando a San Juan podríamos decir algo así como; “algo de todo, menos de Dios, se hizo hombre y habito entre nosotros”.
Aun recuerdo mi adolescencia monillesca en que yo recién baje de mi árbol y deseoso de gritar mi alegría, la grite, y la grite a viva voz por todo el sendero que trascurrí no sé de donde ni tampoco sé hasta donde, y en ese momento irracional, ilógico, monillesco y obviamente feliz, estaba él.
Pingüino de ojos claros y miopes, de salud perfectamente imperfecta. Avecilla humeante y café, el rocanrol se quedo en ti para quedarse, como se quedan los coches estacionados en la costa verde. Así siento la música que tienes adentro, porque todos los seres llevan una música adentro, pero la tuya es así, es la música de un coito inesperado, improvisado, pervertido, pero sobretodo, memorable. Sos un viajero sin avión, un poeta sin dolor, un pederasta jubilado que nunca ejerció, una fruta sin cascara, y es que naciste peladito.
Como devolverte el favor de tu cariño, solo si tuviese tus brazos te daría un abrazo digno de ti.
Prepárate que tu unidad está a punto de superar a tu decena.